Monday, June 7, 2010

[...]

- Perdone, puede parar?

- Aquí?

- Sí, necesito bajar aquí, es posible?

- Voy a hacer lo que pueda

- Muchas gracias

- Aquí le va bien?

- Perfecto

- Pero si no hay nada, nada de nada.

- Perfecto, muchas gracias.

Ella bajo. Sacó su mochila. Su chaqueta de verano y su pañuelo de colores.

El coche arrancó, sin timidez, se alejó y desapareció.

Ella estaba en mitad de la nada, en un espacio con poca vegetación. Pero al fin estaba con ella misma, sin interferencias.

Ese momento lo temía desde hacía mucho, pero ahora había llegado el momento. Sin excusas, sin barreras, sin nadie más que ella.

Miró sus pies, sus piernas, su torso, sus brazos y sus manos.

Haciendo un largo hincapié en las manos. Cuánta vida habían agarrado, cuánta arena había dejado correr entre los dedos, cuánta felicidad tenía debajo de las uñas, cuánta tristeza en los surcos, en las cicatrices echas por el paso del tiempo.

La soledad del paisaje le incomodaba, la ponía nerviosa.

Hacia mucho que no tomaba decisiones, jugaba a que otros las tomaran por ella. No poseía las energías necesarias para hacerlo. Un color grisáceo se había instalado en su cabeza, delante de sus ojos, a modo de filtro que no le permitía ver los colores cada mañana.

Ahora en medio de la nada, esa estrategia no funcionaba, aunque continuaba dándole al botón una y otra vez, sin obtener respuesta alguna.

Se desnudó, dejó su mochila, su chaqueta de verano y su pañuelo de colores.

Empezó a caminar, sin ningún rumbo, solo andar. Empezó a hacer lo que hacía mucho debería haber echo, andar sola dejando que la brisa peinara su pelo, acariciara su piel y endureciera sus pezones.

Hasta aquí (gracias por las dos últimas palabras del blog de hoy)


Nos vemos en las nubes


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